Hiperconectar para hiperesponder. Esa sería la premisa.

Antes que nada, quisiera prevenirlos. Nos adentramos en un tema difícil. Sin embargo, les aseguro que, a esta altura, la cosa se ha descomplicado bastante. Muchos de los términos o conceptos ya se comentaron en otros posts. Lo que pasa es que cuando algo «nace» no tiene un nombre determinado o resulta impreciso o muy amplio, pero, al ir evolucionando, perfeccionándose, esto cambia. Ejemplo: en 2010 hablábamos de la Internet de los objetos y de, por consiguiente, objetos conectados. Hoy, podemos decir que ciertos objetos conectados son los wearables (de los que ya hemos hablado) a través de plataformas programables que hoy llamamos arduinos y que resultan inteligentes (smart watch, smart TV, smart cities). ¿Se entiende? Así que no se asusten y «conecten» neuronas. Sólo se han empezado a organizar los patitos. No se asusten. No todo será nuevo. Sólo se ha sistematizado, ordenado y nominado según mayores especificidades que se han ido desarrollando y detectando.

Venimos transitando por un momento de la web que, con diferentes denominaciones y algunas diferencias (semántica, sináptica, 3.0, ubicua, etc.) subraya la importancia de las conexiones. La Internet de los objetos (IoT) es una de las tecnologías que más acentúa esta necesidad de estar “hiperconectados” para facilitar las necesidades del usuario: su participación y su interactuación, no sólo con la tecnología misma, sino también con otros usuarios u objetos; hoy, inteligentes, activos y participativos.

La relevancia de la información estará determinada por la cantidad de conexiones de una persona, por cuánto conocimiento comparte, por cuántos seguidores tiene, etc. Por tal motivo, es necesario que esas conexiones se den de manera natural. Que tanto los usuarios como los objetos tengan capacidades que faciliten dichas conexiones. Necesitamos otorgar cierta autonomía que les permita a todos (usuarios y objetos) ir a la búsqueda de aquella información que complete el cuadro.

Hablábamos del prosumer, este usuario activo y productor. Pero ¿cómo sería el término si hablamos de objetos prosumidores? Pues son los Smart objects. Es decir que con la Internet de los objetos (IoT), quienes tomen esta actitud ACTIVA serán también los objetos (de ahora en más, objetos inteligentes).

En el caso de un smart object de la Internet de los objetos, el objeto deviene una entidad capaz de procesar datos que le “comunica” un chip que lleva consigo y que puede conectarse a Internet.

Veamos, primero, el espacio, las condiciones y los objetivos que deberán cumplirse para que esto suceda: necesitamos plataformas (espacios “elásticos”) que permitan mayor interactividad. Más que nada, que sean capaces de servir como espacios APTOS para desarrollar estas capacidades que impone la actitud activa de usuarios y objetos inteligentes. Lo que se ha dado en llamar, en el caso de la Internet de los objetos, plataformas ubicuas o interfaces ubicuas. La plataforma, tal como la conocíamos, desaparece, se dispersa, se distribuye en el ciberespacio. En realidad, los objetos mismos devienen plataformas/interfaces.

Sobre la web al cuadrado (squared), Tim O’Reilly y John Battelle exponían esta capacidad de la web de relacionarse y abrirse “encontrando al mundo” a través de los dispositivos: “It’s time for the Web to engage the real world. Web meets World – that’s Web Squared “.

La internet de los objetos (o de las cosas) impone, necesita, un universo de plataformas que hospedan objetos “tatuados” y “parlanchines”.

La Internet de las Cosas es el concepto que explica lo que pasa cuando los objetos cotidianos tienen, por ejemplo, un chip (RFID) que los une a la red. Estos chips permiten que los objetos que los albergan monitoreen sus alrededores y lo relaten (lo narren, lo informen) a otras máquinas, así como a las personas. Es una tecnología que permite que los objetos de uso cotidiano (desde una heladera a una remera) puedan tener una especie de “vida propia” que permita informar de las necesidades del usuario, a través de su capacidad de generar información y, al estar conectados a la red, comunicar esa información y dar una respuesta. Esta información generará valor agregado a lo que el usuario ya tiene como información propia y en tiempo real. Lo que hoy incluimos también en los llamamos wearables (no entraremos en detalle. Ya hemos hablado suficiente sobre el tema).

Dicen Guinard y Trifa: “In the ‘Internet of Things’ vision, the physical world becomes integrable with computer networks. Embedded computers or visual markers (augmented reality, for exemple) on everyday objects allow things and information about them to be accessible in the digital world.”

Todos los objetos que nos rodean (tu velador, tu ropero o tu alfombra) van a comunicar (se) contigo y entre ellos mismos de manera de poder crear una red que permita, por ejemplo, que tu ropero pueda informarte si aún puedes comprar más vestidos o que tu alfombra te advierta de la cantidad de ácaros que hay por cm² y, como consecuencia, llames a la desinfección. Cada objeto que nos rodea tendrá, potencialmente, algo para decirnos.

Los objetos de los que hablamos tienen un chip que les permite recibir y guardar información. Una especie de sensores. Pero lo importante y la diferencia con éstos, los “simples” sensores, es que además de “sentir”, registrar, este chip les permite informar.

Repetimos lo más importante: almacena, recupera, pero además COMUNICA lo que necesita el usuario. Un simple sensor es pasivo (almacena y recupera) pero no transmite una respuesta. Esta es la diferencia con la etiqueta RFID que hace que el objeto devenga activo/inteligente. La capacidad de ser activa de los Smart objects tiene que ver con una comunicación que no sea unilateral. El objeto también actuará en consecuencia, dará una respuesta.

¿Qué son las RFID (etiquetas de identificación por radiofrecuencia)? Son etiquetas inteligentes, pequeños chips adheridos a los objetos que contienen información sobre ellos mismos que ha sido previamente cargada.

Algunos beneficios del uso de las etiquetas o tags RFID:
• Permite un gran volumen de almacenamiento de datos.
• Automatiza los procesos para mantener la trazabilidad.
• Facilita el ocultamiento y la colocación de las etiquetas en los productos para evitar su visibilidad en caso de intento de robo.
• Posibilita la actualización sencilla de la información almacenada en la etiqueta en el caso de que ésta sea de lectura/escritura (a diferencia del código de barras que sólo se puede escribir una vez).
• Mayor facilidad de retirada de un determinado producto del mercado en caso de que se manifieste un peligro para la seguridad.

Ejemplos del uso del RFID: WineM

Otros: el árbol que habla, Fedex (con SenseAware controla la temperatura, la ubicación y otros signos vitales de un paquete, incluyendo el momento en que se abre y si se manipula por el camino) y Urban Mobs que cartografía el pulso urbano a través de la actividad de los celulares en las aglomeraciones, entre otros.

En el MuseumNacht, durante la exposición Adam Man & Mode exhibition, los visitantes recibían una tarjeta con RFID que activaban las instalaciones de manera de reactivar diferentes interacciones. Podían sacar fotos, responder preguntas, poner “likes” y al final, podían comparar sus resultados con otros visitantes. Los visitantes más jóvenes… ¡entusiasmadísimos! Les dejo el Pinterest del evento para que vean algunas imágenes.

Estos ejemplos nos son funcionales. Vayamos a los Smart objects “artísticos”.

Los blogjects. En realidad, son lo mismo, pero nos gusta este neologismo porque metaforizan y hacen un poco más clara la definición de objeto inteligente (Smart object): un blogject es un neologismo creado por Julian Bleecker para referirse a “’Blogject’ — ‘objects that blog.’ “, es decir, objetos que bloguean sus experiencias. Ya no son sólo las personas quienes bloguean, sino los propios objetos interconectados quienes publican sus experiencias sobre interacciones con otros objetos o personas en la Web.

Es un objeto que lleva “tatuada” información sobre sí mismo. Por ejemplo, data sobre su fabricación, su composición, su historia. Lleva a cuestas su DNI (diría casi su ADN) y, lo que es más importante, deja rastros o huellas. Produce e intercambia esa información con su contexto, entorno, medio… Seguimos con el criterio de no pasividad, de productividad, de feedback.

Y los neobjetos. ¿Qué son? Todos de la misma familia, pero, así como los anteriores señalaban la capacidad de llevar a cabo una actividad “humana” (bloggear), los neobjects señalan, subrayan su capacidad de devenir objeto plataforma (todo en uno): un neobjeto es un objeto que tiene identidades y personalidades virtuales que permiten conectar a las personas y a los objetos. Pero con ellos queremos subrayar el lado interfase de estos objetos inteligentes. Su posibilidad de convertirse en plataformas en sí mismos, tomando como base objetos cotidianos.

Los objetos devienen, entonces, plataformas, superficies portables de voz. Si antes mirábamos un árbol y lográbamos saber sus años mediante la observación, hoy, podríamos simplemente “preguntárselo”.

Los objetos devienen umbrales que, en ciertos ejemplos, especialmente en lo que concierne a los museos, por ejemplo, podrían servir para llevarnos en un recorrido en el tiempo. Un mash-up de antes y después para recrear un tercer elemento: el presente “vintage”. Veamos este ejemplo: el Tableau de John Kestner, es una mesita de noche que va imprimiendo las fotos que se visualizan en el Twitter y quedan en el cajoncito. Nuevas fotos, nuevas iluminaciones (la manijita del cajón se ilumina) y el propietario de la mesita recibe su mensaje “corpóreo” vaya a saber desde donde…

El Cabinet of curiousness de Janet Cardiff contiene, en sus cajones, al viejo estilo fichero, grabaciones de voces y música. Abrimos un cajoncito, se activa un sonido. Podemos abrir una polifónica cantidad de cajoncitos a la vez.

Jean-Louis Fréchin de la Agencia NoDesign.net es el responsable del Proyecto Interfaces, que tiene como objetivo crear “piezas decorativas” que devienen interfaces. Por ejemplo, un mueble, un elemento de decoración que se transforma en el soporte de las nuevas tecnologías y, por ende, también en un objeto nuevo. Más ejemplos:
WaNoMirror es un espejo conectado a Twitter: va “afichando” los mensajes que publican nuestros amigos. Es decir que además de ser espejo, es una superficie, una plataforma que nos da información. Refleja nuestra vida digital. WaSnake, WaDoor, WaNetLight, WaPix, Wablog son otros de los “proyectos tecnológicos”. Se pueden ver todos los videos acá.

En este espacio, bien podría entrar la domótica, entendida como la integración de la tecnología en el diseño inteligente de un lugar (acá tomamos objetos). Programamos tareas que tengan que ver con el bienestar de la casa, el objeto o el medioambiente, todas en función de algo más confortable, más sano y más lindo (¿qué mejor definición de inteligente o smart?).

Si tomamos una institución o un museo, podríamos pensar en que el espacio se vea modificado, el recorrido a partir de ciertas «indicaciones» programables que podríamos ir llevando a cabo a través de nuestro smartphone o que las luces, colores y sonidos de una muestra pudieran ir presentando modificaciones a través de los movimientos de la gente…

Por supuesto, cuando estos objetos empiezan a dispersarse, las empresas, empiezan a organizarse.

En definitiva, y para terminar con la primera parte de este post, decimos que los objetos, hoy, tienen la capacidad de entrar en relación tecnológicamente con su entorno, entenderlo, sentirlo, compartirlo, describirlo y comunicarlo. A medida que estas capacidades se desarrollan, los objetos ya no se convierten en escenarios inertes a nuestras experiencias y devienen participantes activos en nuestro mundo que pueden compartir historias sobre ellos y nosotros.

En síntesis, los objetos de hoy son abiertos, evolutivos, habladores (charlatanes), activos, comunicadores…

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