Hemos hablado ya de lo que implica tener una actitud humanitaria o solidaria o “humana literalmente” con respecto a las bibliotecas. Hemos hablado, específicamente, de las personas que hacen cosas como convertirse en libros humanos contando sus propias historias o la de otros. Pero esta vez, hablaremos de cadenas humanas de manera literal. Filas y filas de personas que se alinean para trasladar libros.
Hay varias razones que pueden llevar a esta acción. A veces un simple traslado de edificio y, a veces, un caso de fuerza mayor. A veces repercute como un simple acto de amor y, a veces, mucho más que eso.
La Ghent library se mudaba a un nuevo hogar. Más de 1.000 voluntarios formaron una cadena humana para ayudar a la biblioteca municipal a transportar el primer lote de libros, a unos 300 metros de distancia. “Los libros de la biblioteca son para todos, y por eso hice un llamado para que todos vengan y nos ayuden a empezar la mudanza «, dijo la Concejal de cultura Annelies Storms. Más de 850 escolares se inscribieron, y casi 200 adultos. El trío de música infantil De Piepkes acompañó con música, mientras los libros pasaban.
Un ejemplar de Don Quijote de la Mancha ha sido el primero de los libros que una cadena humana de alumnos del Colegio Miguel de Cervantes, del Paseo Viejo de la Florida, del Diego de Almagro, miembros del Club de Lectura, trabajadores del Ayuntamiento de Almagro, usuarios, alumnos del Instituto Clavero Fernández de Córdoba, entre otros, trasladaron desde la antigua biblioteca situada en el Palacio de los Medrano a la nueva sede de la Biblioteca Municipal «Manolita Espinosa». El alcalde de Almagro, Luis Maldonado dirigió unas palabras a los niños que habían participado: «lo que habéis hecho es muy importante, habéis tenido en vuestras manos la cultura de Almagro (..) lo vais a recordar siempre».
Otra cadena se formó para trasladar los 1.001 últimos libros desde la anterior Biblioteca del Palacio del Infantado a la nueva, situada en el Palacio de Dávalos. Según la Biblioteca, participar en la cadena es una forma de agradecer al Palacio del Infantado que se haya dejado usar como biblioteca durante más de 30 años.
¿Cómo se organizan las convocatorias? La Biblioteca en cuestión pide a las personas que se empiecen a concentrar unos minutos antes de cierta hora en un sitio especial. Hay varias posibilidades: por el sitio web, por redes sociales, por teléfonos dados… Muchas veces se organizan actividades “acompañadoras” como grupos musicales o actividades post trabajo: meriendas, juegos, etc. En general, se corta el tráfico…
Una cadena humana, de poco más de 500 metros de longitud, en Cuneo, se formó para trasladar centenares de libros y cómics desde la sede histórica de la biblioteca infantil y juvenil en via Cacciatori delle Alpi 4 a la nueva, con entrada en via Santa Maria, frente al museo cívico. El edificio, en gran parte ya restaurado, se convirtió en el «nuevo hogar» de la biblioteca cívica más antigua del Piamonte. “Una manera para que los niños y jóvenes se familiaricen con el nuevo lugar», explican desde la biblioteca. Alessandro Spedale, Concejal de Cultura comentaba:»La biblioteca pertenece a la ciudad, es un patrimonio de todos. Simbólicamente, todos juntos, lectores, curiosos, bibliotecarios y administradores, conformaremos la última pieza de la mudanza.” “Un paso de conocimiento no sólo simbólico sino también real, a través de generaciones”.
Y seguimos con otra en la que el corazón de la cadena fue conformado por casi cien niños de la guardería de Vazzola y sus «colegas» mayores, los niños de primaria de Vazzola, Tezze y Visnà y los adolescentes de secundaria, lo que dio la sensación de una actividad lúdica, sobre todo para los más pequeños, que esperaban ansiosos la llegada de un nuevo libro para pasar a su vecino.
Dos casos muy especiales
Miles de letones formaron una cadena humana para trasladar 2.000 libros a mano al nuevo edificio de la biblioteca nacional. Alrededor de 15.000 personas se enfrentaron a temperaturas heladas para formar una cadena que se extendía más de una milla a lo largo de la capital, haciéndose eco, deliberadamente, de la Vía Báltica de 1989, cuando unos dos millones de manifestantes formaron una cadena humana a través de Lituania, Letonia y Estonia para luchar por la independencia de la Unión Soviética.
La organizadora Aiva Rozenberga dijo que el evento tenía un profundo significado simbólico para los letones. “La gente que se paró en la Vía Báltica recuerda esa sensación de estar hombro con hombro con desconocidos», dijo. «La gente que participa en la cadena de libros y que está dispuesta a estar aquí en un frío día de invierno también se lo tomó en serio como en las viejas épocas. Estamos literalmente defendiendo la cultura«.
La apertura de la nueva biblioteca forma parte de una mayor iniciativa de Letonia para hacer sentir su presencia en Europa, que se ha unido a la moneda única a principios de enero.
Kirsten Petersen, estudiante de periodismo de Washington, DC, le dijo al Telegraph:»Ver este evento me trajo mucha alegría. Acababa de visitar el Museo de la Ocupación, donde aprendí cómo el régimen comunista había suprimido la cultura letona. Salir del museo para ver un evento organizado por la gente para celebrar su cultura me dio esperanza para la ciudad, ya que sigue emergiendo de la devastación de la época soviética».
El caso Amia, por otro lado, conlleva un cariz completamente diferente. No fue un traslado organizado, fue un traslado forzoso. Decía, en su momento Clarín: “El trabajo lo hicieron 800 voluntarios. Recuperaron libros y documentos antiguos. (…) Martín, que tenía 21 años en 1994, (fue) uno de los 800 jóvenes que, a pulso, rescataron el patrimonio cultural que guardaba la biblioteca del Instituto Judío de Investigaciones (IWO), que funcionaba en el edificio de la AMIA. Rescatar los libros, rescatar cultura, rescatar la historia… ésa fue la idea que movilizó a los voluntario judíos y no judíos, argentinos y extranjeros, para recuperar el patrimonio cultural de la Fundación IWO de entre los escombros, luego del atentado del 18 de julio de 1994.
‘Cuando vi por televisión que una parte del edificio había quedado en pie y se veían libros, pinturas y otros objetos del IWO desde la calle, me propuse rescatar todo lo que se pudiera, aunque fuera disperso, dañado o roto’, dice la profesora Ester Szwarc, coordinadora del IWO.
El IWO funcionaba en el tercer y cuarto pisos del edificio de la calle Pasteur 633 atesorando ochenta mil libros, colecciones de arte, discos, pinturas, piezas únicas en Judaica y testimonios de lo acaecido durante el Holocausto y la Resistencia Judía en la Segunda Guerra Mundial. A pocos días del atentado, Szwarc convocó a jóvenes que conocía, como a Nicolás Máslo, que tenía 18 años y estudiaba idish en esa misma biblioteca. Los jóvenes —ellos y otros que se sumaron— empezaron el rescate. Los voluntarios trabajaron formando cadenas de cientos de metros de largo por donde bajaban cultura, historia y memoria en las peores condiciones imaginables.
‘Convocamos simplemente a que nos dieran una mano y fue una avalancha de gente haciendo cadena para rescatar las cosas. Y después para limpiar y clasificar’, dijo Saúl Drajer, presidente del IWO.
Evidentemente, estos dos últimos casos son, como decíamos, particulares. Sin embargo, el acto en sí, la cadena humana se constituyó, en todos los ejemplos por la misma razón: ayudar, en lo que se pueda a la cultura, la lectura, la historia, el patrimonio. De mano en mano, de generación en generación, de corazón en corazón.
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