Si las bibliotecas intentan sobrevivir, es evidente que necesitarán estar más preparadas para capacitar o ayudar en lo que es la alfabetización digital, en el filtrado de la abundante e ilimitada cantidad de información, más que en seguir trabajando como referencista. Posiblemente centrarse menos en el préstamo físico de libros que en el préstamo de e-books (libros electrónico) y así con varias cosas.
Las bibliotecas, en varios países, siguen siendo la primer fuente de acceso a computadoras con conectividad (presencia de internet) y formación continua. Lo que significa que será el lugar en el que no solo se reúnan los que van a escribir una tesis sino, también, aquellos que quieren buscar trabajo, información sobre la obra social, etc.
El tema de la conectividad hace, de este espacio, un lugar de “saber” pero también de “confort” (en el sentido de reconfort). Las bibliotecas, hoy, intentan ser un lugar de conservación del patrimonio intelectual pero también comienzan a erigirse como lugares de encuentro, de intercambio. Se piensa como un lugar que se democratiza y se “abre al pueblo”. Ya no solo convoca a estudiantes e investigadores sino a un público más amplio, a la comunidad en general.
El público se diversifica: familias, niños, jóvenes, que no necesariamente integran la comunidad estudiantil.
Un ejemplo es el que nos propuso, en 2014, la Biblioteca de Bassano de Grappa, en Italia, que abrió grupos de lectura dedicados a las futuras madres para la preparación del nacimiento, y otro proyecto que implicaba la colaboración con un hospital para la lectura a enfermos mentales.
Hubo y hay que reinventarse. La biblioteca es un centro espacio caliente, generoso, acogedor. Un lugar para informarse dónde y cómo buscar un trabajo. Un rol que cumple el “nuevo” bibliotecario. Un nuevo camino para no dejar de hacer lo que su profesión indica: guiar a los lectores a los libros o, en este caso, a las herramientas digitales para otro objetivo que no sea exclusivamente el del estudio o la investigación.
En varias bibliotecas, simplemente se hace la siesta. Olivier Caudron, Director de las Bibliotecas de Bordeaux, Francia y que, a partir del 2 de mayo de este año, asumirá el cargo de Inspector General de Bibliotecas, declaró “C’est la preuve que nous avons réussi notre pari: faire en sorte que les gens se sentent ici chez eux. Notre ambition est de les rendre heureux». Traducción rápida: logramos nuestro objetivo, que la gente se sienta como en su casa.
Es lo que se ha dado en llamar el “tercer lugar”, después de la casa y el trabajo. Concepto que desarrolló el sociólogo Ray Oldenburg, en los 80′ y que fue expandiéndose por diferentes continentes.
Pero si hablábamos de “siestas” y confort o de “tercer lugar” no podemos dejar de lado aquellos que ni siquiera tienen un primer y segundo lugar: los sin techo o inmigrantes (y hablaremos también de los refugiados).
Las bibliotecas, además de acogedoras, proponen soluciones prácticas y no solo reconfortantes: el conocimiento y uso de las herramientas tecnológicas para intentar salir de la situación de calle.
Hay varias bibliotecas que se proponen como lugares seguros, al menos durante el día, con acceso a computadoras. La Denver Public Library empleó a un professional para ocuparse de las necesidades de los visitantes. Dos veces al año, los responsables se dirigen a un refugio de mujeres para mostrarles cómo se usa una computadora para buscar trabajo y para ofrecerles un carnet de la biblioteca. Melanie Colletti, por ejemplo, los guía en actividades que van desde cómo escribir un CV a cómo abrir una cuenta en Facebook. Coletti forma parte del equipo que se ocupa de pensar y reflexionar sobre cómo la biblioteca puede mejorar la atención al público, en el caso particular de los sin techo y en cómo alfabetizar en el tema, a los propios bibliotecarios, ante esta nueva realidad. Ellos pidieron sugerencias a la San Francisco Public Library, el primer sistema en Estados Unidos que contrató un trabajador social full time.
Es verdad que, en algunos de estos establecimientos, los profesionales contratados son asistentes sociales, enfermeros, trabajadores sociales. Pero no siempre. Y aún así esto demuestra dos puntos: el primero es que aún cuando se convoca a otro profesional, la actividad o la actitud, se desarrolla en el espacio físico de una biblioteca y con los materiales, herramientas y comodidas de la biblioteca. Segundo, a veces sí es el bibliotecario que se ocupa de estas funciones como es el caso de la BPI que ya he contado, y que viví en carne propia, entre otros.
La Dallas Public Library organiza, dos veces al mes “Coffee and Conversation” que se presenta como un programa para entender mejor a los sin techo de dicha ciudad. Se habla de HIV, entre otros temas, y hay gente que actúa como facilitador del debate. El primero se llevó a cabo en 2013. Asimismo, la biblioteca sponsorea el programa Street View podcast, que es conducido por un sin techo que promueve, por supuesto, el concepto de biblioteca como espacio de inclusión social.
En Portland, Oregon, los sin techo ni siquiera necesitan acercarse a las bibliotecas para pedir libros, los “street librarians” se los llevan en bicicleta. Street Books fue creada en 2011. Su creadora, Laura Moulton, comenzó con esta ong porque creía en el poder de los libros de transportar a la gente fuera de sus realidades (el poder de permitirnos soñar, agrego yo). Solo tienen una bicicleta así que se turnan tres personas que se acercan a los lugares en los que, generalmente, se reúnen los sin techo.
La Asociación de Bibliotecas Americanas (ALA) lo expresa claramente en su Declaración “Servicios bibliotecarios para las personas pobres” (…) la biblioteca debe funcionar como un espacio igualitario y, por tanto, los bibliotecarios tienen la obligación de velar por las necesidades de sus usuarios pobres y sin hogar para proporcionarles servicios adecuados”.
Sobre la Madison Public Library, Jane dice que empezó a ir a la biblioteca recién cuando devino una sin techo. “Es uno de los pocos lugares en los que no importa lo que llevo puesto o si tengo dinero. Y tengo derecho a los mismos servicios que el que está formando la fila a mi lado” (democratización de la lectura, se dice). La biblioteca te conecta con lo bueno y te permite, al menos por unas horas, desconectarte de una realidad que no está tan buena.
Una de las quejas que hubo en varias bibliotecas fue el poco aseo de los sin techo. En la San Francisco Public Library han incluido duchas móviles y solucionado el problema.
La biblioteca de Calais, Francia, reparó en la llegada de muchos inmigrantes principalmente en la búsqueda de respuestas a las necesidades básicas: acceso a un suministro de electricidad para cargar sus ordenadores portátiles, el saneamiento, una conexión a Internet.
Bénédicte Frocaut, directora de la red de bibliotecas públicas de la ciudad de Calais, subraya los principios de la Carta de la UNESCO : (…) una biblioteca abierta a todos los usuarios, independientemente de sus necesidades, para asegurar que coexistan en el mismo espacio, los usos específicos de los migrantes y los usos para el estudio o la investigación cotidianos de una biblioteca pública.
La coexistencia pacífica de los usos y los usuarios solicitan una acción especial por parte de los bibliotecarios. En la biblioteca Kris Lambert en Ostende, Bélgica, Marina Vandermaes y su equipo identificaron las «zonas de conflicto» por lo que reorganizó los espacios para promover la coexistencia de los usuarios.
La Biblioteca Havel Vaclav, en el distrito 18 de París, ha puesto en marcha acciones específicas dirigidas directamente al migrante: el desarrollo de la comunicación visual, formularios de inscripción en francés básico, chino, árabe, persa, etc.
Con frecuencia nos encontramos con las mismas propuestas: manuales en idioma original; bibliografías de libros o colecciones de películas en vo (versión original); herramientas de auto-aprendizaje; cursos de alfabetización; talleres de conversación, etc.
Todos podemos tratar de implementar o de reflexionar sobre este tema y estas situaciones específicas. Comunicarnos con organizaciones sociales y, antes que nada, hablar con los que ya vienen a la biblioteca. Conocer las necesidades implica mirar, preguntar. No se necesita ni dinero ni infraestructura para charlar un rato y averiguar lo que los visitantes desean, sueñan, proponen… Los bibliotecarios también necesitan formarse para hacer la pregunta indicada en el momento indicado.
Uno podría convocar a otras empresas que puedan, justamente, abastecer estas necesidades. ¿A quién se le hubiera ocurrido hacer un convenio o conformar una red con una empresa que haga duchas? Si preguntamos, sabremos que no es una idea tan errada.
La American Library Association (ALA) nos da algunas sugerencias para tener en cuenta para conocer y satisfacer, de cerca, a los sin techo: en su mayor parte, las personas que no tienen hogar quieren la misma programación que otros usuarios de la biblioteca: clases de computación, talleres educativos, cuentos, artes y manualidades, y actividades sociales.
En ocasiones, lo que no llega es la información, en el momento indicado, lo que hace que ni se enteren de ciertas actividades, por lo que es importante intentar asegurarse de que los refugios, las organizaciones que trabajan con las personas sin hogar, y las viviendas de transición reciban, regularmente, volantes, correos electrónicos y otros materiales promocionales.
Hay programas que resultan más interesantes o apropiados. Y es, en este espacio, en el que el bibliotecario vuelve, de alguna manera, a tomar su lugar. Como especialista y referencista, puede encontrar, ubicar y señalar los materiales y herramientas digitales más adecuadas para cada ocasión, área, necesidad, etc. Información especializada para talleres de salud, ayuda para el alquiler, solicitud de beneficios del gobierno, búsqueda de trabajo, etc. Ese es, hoy en día, un modo de comprometerse desde la profesión misma.
A los bibliotecarios, en los casos de los jóvenes, se les presenta la doble tarea de guiar y de reconstruir la confianza en ámbitos intelectuales o culturales. Es más fácil y más estimulante cuando lo que se puede ofrecer resulta más atractivo como es el caso de los videogames, música, etc. Y, muy especialmente, todo lo que se relaciona con las nuevas tecnologías. Los jóvenes tienen casi todos, como necesidad primaria, un celular. De más está decir que los jóvenes son los que más necesitan preparse para ir en la búsqueda de un trabajo.
La biblioteca puede desempeñar un papel clave como proveedor de recursos, y los bibliotecarios, repetimos, como facilitadores y traductores entre los más necesitados.
Algunos casos muy especiales…
En una «biblioteca humana o viviente» de Chipre, con once voluntarios, los refugiados han sustituido a los libros por los relatos personales (narración oral en tiempos de cris o más bien de internet…), inspirados en un concepto danés. «El objetivo es ver las cosas desde una perspectiva diferente», dice Margarita. «En lugar de abrir una novela, los lectores profundizan en la vida de un individuo.»
Un día, la ONG invitó a ocho de los aproximadamente 6.000 refugiados y 2.500 solicitantes de asilo que esta pequeña isla del Mediterráneo tiene. «Yo pensaba que la vida había terminado para mí,» dice Ibrahima Yonga, 18 años, torturado y obligado a huir del Camerún, dejando atrás a su familia de la que no tiene más noticias. Como casi 400 otros solicitantes de asilo, el viaje terminó en el centro de recepción Kofinou, en el sur de la isla. «Las duchas estaban rotas, agua helada, instalaciones sucias», cuenta. «Pero no teníamos otra opción».
Instalados en sillones, con música de fondo, palestinos, sudaneses y congoleños detallan durante tres horas sus historias. Para extender la metáfora, los organizadores «disfrazaron» a los seres humanos: los traductores son diccionarios vivientes y las vitrinas exponen los 8 “títulos” disponibles que llevan una tarjeta verde que dice “libres” si están disponibles y roja si están “pedidos”.
En la ciudad Darayya, Siria, se lanzaron como un reto abrir una biblioteca y recuperar miles de libros bajo los escombros. «La cultura es lo que queda cuando se ha perdido todo», dice uno de los jóvenes creadores del proyecto.
«Hemos sido capaces de recuperar 11.000 libras de la literatura árabe y extranjera, la filosofía y teología que la gente puede pedir prestado y leer de forma gratuita. Con varias decenas de voluntarios, nos turnamos para albergar a los lectores. Estamos abiertos todos los días excepto los viernes, de 9 am a 17 pm. «Un calendario, no obstante, sujeto a los caprichos de los bombardeos”.
«Las escuelas están cerradas, los estudiantes han abandonado la universidad, muchos están tomando las armas. Esta es la forma en que se nos ocurrió a cuarenta amigos, ex estudiantes, activistas, luchadores, la idea de recorrer los barrios para recuperar los libros enterrados debajo de las casas demolidas: construir algo cuando todo se derrumbaba a nuestro alrededor «, cuenta el joven bibliotecario. Cada libro se guarda cuidadosamente registrado con un número, acompañado por el nombre de su propietario, «para que pueda recuperarlo después de la guerra.»
¿Y las mujeres? «Debido al peligro de ir a la calle, no utilizan la biblioteca. Pero sus maridos llevan los libros a su casa. También tenemos una gran variedad de libros para niños».
Los chicos de la biblioteca descargan algunos libros en formato PDF, a través de una conexión a Internet improvisada desde un satélite en miniatura. «Los copiamos en nuestros teléfonos móviles para leerlos». «Porque si los libros no pueden curar las heridas reales al menos curan las heridas ‘de la cabeza’” (agregaría, del alma).
No muy diferente al trabajo que desarrolló la IWO para recuperar los libros bajo los escombros de la Amia, de la mano de Ester Szwarc, pero éste es un post aparte que ya tengo prometido a Ester. Sin embargo, resumo algunos detalles: “el lunes 18 de julio de 1994 a las 9.53 se produjo un atentado contra el edificio de la AMIA. (…) cientos de jóvenes voluntarios, judíos y no judíos, se presentaron para recuperar el patrimonio cultural de la Fundación IWO (Instituto Judío de Investigaciones), que (atesoraba) miles de libros, colecciones de arte, discos, pinturas, piezas únicas en Judaica y testimonios de lo acaecido durante el Holocausto y la Resistencia Judía en la Segunda Guerra Mundial. (…) Los jóvenes hicieron esto a pulmón, porque tenían ganas y amor a la cultura. (…) No rescatamos por rescatar. Todo esto se hizo, fundamentalmente, para preservar lo que tenemos para transmitir: toda la memoria, a las futuras generaciones”.
Para los primeros, la palabra salva, para los segundos, la lectura. Para los terceros, la memoria oral y escrita, recupera. Poca diferencia. El bibliotecario ocupa, hoy, un lugar de «sabio» asistente social. Guía, sugiere, escucha, prepara, se especializa, especializa, facilita, con nuevas tecnologías o sin ellas.
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