Es evidente que las librerías son un lugar que no dejo de visitar o hacer en ninguno de mis viajes. Junto al cine, los mercados, el uso de los trenes y la probadita del plato tradicional de cada ciudad. Nunca falta ninguno de estos puntos. Ni en Birmania, ni en Mumbai, ni nunca. A veces, incluimos las sinagogas (más aún cuando nos dejan tocar la torah, cosa que las mujeres no podemos hacer pero, ante los 13 judíos que existen en Birmania, estaban alucinados con que “alguien” mujer o varón, quisiera hacerlo).

Las librerías tienen características muy especiales. A veces son pequeñas o grandes pero con ratitas incluidas (Nepal). A veces son feúchas y tristes, a veces tienen libros en otros idiomas, a veces…

En Haití fuimos con Alana Moraes a la Pléiade. Una monada muy afrancesada, grande, limpia, bonita y cara. Muy cara para los parámetros del país. Pero una delicia en varios aspectos. Variedad en autores, variedad en idiomas, variedad en música, en películas, en libros de cocina, diseño de interiores… y un librero de lujo.

Lo primero que hice fue ir a buscar un libro que me habían recomendado y cuya editora, Mercedes Bustamante Svilicic (Ambos editores) había conocido minutos antes. Rosalía La Infame de Évelyne Trouillot estaba esperándome en español, perfecto regalo para mi gran amigo y lector Alejo Prudkin que ya me había puesto en la valija un libro de Rafael Gumucio, Milagro en Haití, para que entrara en clima.

De allí, directo a ver qué libros había de literatura latinoamericana y por último, me abalancé sobre el sector literatura haitiana. Pero había millones. Así que no sabía muy bien por dónde empezar y me arriesgué:

– Librero, ¿me podría ayudar? Busco libros de autores haitianos, de ficción, con una tendencia a la literatura fantástica

– ¿Literatura sobrenatural?

En ese instante, pensé: no me entienden en español cuando hablo de literatura fantástica…. ¡Imagino lo que va a ser acá!. Prejuicio, puro prejuicio

– No, más bien una literatura al estilo Cortázar, Buzzati, Alejo Carpentier…

-Por supuesto, un estilo más realismo mágico. Esperá que te traigo

El muchacho, además de joven y muy buenmozo, resultó imprescindible y sumamente eficiente. Trajo varios libros y yo, obviamente, tenía que elegir. No tenía ni tanta plata ni tanta valija. En un momento, cuando ya había decidido, me llega con un texto nuevo de un tal Alexis muy reconocido. Entonces volvemos a dialogar:

-Y vos qué me recomedás? ¿Te parece que cambie alguno de los que compré por el de Alexis?

-No sabría decirte. Para mí Alexis es increíble, aunque un poco especial. Su escritura es como poesía pura. Casi como si uno leyera poesía. Por lo que a veces se me vuelve un poco pesado. Pierdo el hilo de la historia…

-Entonces seguro que no. Imaginate si vos te perdes lo que va a sucederme a mí que , además, ¡debo leerlo en francés!

Un ídolo, un genio, un verdadero librero de los que ya casi no existen ni siquiera en Buenos Aires o París.

Mi segundo gran pedido fue un libro para niños en creole

-¿edad?

-No, no te preocupes, es como souvenir. Para cualquier edad, le respondí

Volvió con varios textos entre los que se encontraba un libro de Jasmin Joseph, Le conte du Hibou, muy hermoso, con imágenes y bilingüe. Lo miré y realmente me resultaba muy caro y yo sólo quería tener un pequeño recuerdo de esa lengua que poco entendí.

Mientras me cobraba, me dijo:

-Yo te lo cuento. Había una vez, una lechuza. Muy tímida que se ve a sí misma muy fea. Por eso es que las lechuzas sólo aparecen de noche, para que nadie las vea. Pero una noche conoce a una chica y se enamora perdidamente de ella. La visita todas las noches y hablan largo y tendido hasta el amanecer.

-¡Qué tristeza, y qué ternura!, comento completamente embobada por mi narrador personalizado

-Finalmente están por encontrarse. La lechuza está muy nerviosa y le pide a su primo gallo que la acompañe. Y cada vez se siente peor y le dice al hermoso y galante gallo que se olvidó algo en su casa y que debe volver pero que regresará. Finalmente la chica se queda con el gallo…

-¡Pero eso no se hace!, le digo a mi librero

-Y, no…

Charlas de librería en el fin del mundo. Una experiencia deliciosa.