Un libro, se dice siempre, te da alas. Frases como éstas, podría encontrar millones. Metáforas que hablan de soltar la imaginación, de dejar volar los sentimientos, de no aferrarse a la realidad, etc. Sin embargo, hay lugares en los que estas frases cobran un sentido más que metafórico. Estamos hablando de lugares como las cárceles en los que la libertad deseada no es sólo un recurso estilístico. En una cárcel, un libro abre, de verdad, un mundo en el que, de otra manera, sería imposible entrar.

Una biblioteca, en una cárcel, tiene otras funciones. Es como si fuera una biblioteca especializada, con particularidades que le son específicas. De más está decir que hay ciertos temas que le son casi indisolubles con su identidad: la alfabetización, por ejemplo. La reinserción en la sociedad es fundamental para estos lectores. No es cuestión solo de divertimento o esparcimiento. No hay muchas opciones. O se va a ellas a aprender o no se va a ningún lado. Y se supone que éste es el objetivo principal. La cultura como salida real.

En las cárceles, los agentes externos a los ya conocidos son físicos y no físicos, a través de las bibliotecas. Hay libros, pero también hay otras personas que no necesariamente pertenecen al sistema carcelario. Hay escritores, bibliotecarios, narradores, capacitadores, profesores…

Desde 1800 hay bibliotecas en las cárceles, pero es importante recordar que los textos eran sí o sí de carácter religioso o similar. Tenían un objetivo claro y limitado: la devoción y la modificación de la conducta: biblias, rezos y no mucho más. Dice Lehmann (2011)Se creía que el propósito principal de la lectura era fortalecer el carácter, la devoción religiosa y lo que hoy llamaríamos modificación de la conducta. A mediados del siglo XIX, la penología (el estudio, la teoría y la práctica de la administración de prisiones y la rehabilitación criminal) se habían vuelto más científicas, y los criminólogos afirmaron que conocían las razones de la conducta criminal y, en consecuencia, cómo reformar a los criminales.»

En la Biblioteca de la Bahía de Guantánamo, dicen que en el top de las lecturas, se encuentra el libro sobre las memorias del ex presidente Barack Obama. La biblioteca cuenta con 18.000 libros, revistas, DVD, diarios. Material en 18 idiomas. En su mayoría, en árabe.

El bibliotecario en jefe, un civil, «Milton» lleva unos 50 libros a cada bloque de celdas una vez por semana. En algunos casos, si obedecen las normas de la prisión, los detenidos pueden mirar los lomos de los libros a través de las ranuras de sus puertas y hacer peticiones específicas.

La biblioteca incluye la novela de Stieg Larsson «La chica con el tatuaje del dragón», aún cuando ciertos textos son censurados por blasfemias, sexo, violencia, etc. Milton tiene un pequeño presupuesto para nuevas adquisiciones y los abogados de los detenidos y sus familiares pueden traer libros. Las copias primero se donan a la biblioteca y luego se entregan a los presos, que pueden mantenerlas en sus celdas hasta 60 días, en lugar de los 30 habituales.

El Comité Internacional de la Cruz Roja se encarga, muchas veces, de hacerles llegar traducciones porque consideran que «access to books and news from the outside is very important to the prisoners’ mental state» («El acceso a los libros y noticias del exterior son muy importantes para el estado mental de los presos».

En Francia, por ejemplo, la Fundación Les arts et les autres, partenaire de la administración penitenciaria, lanzó una iniciativa: « Un dictionnaire par cellule » (un diccionario por celda) lo que encuentro particularmente interesante porque, lo que encontramos habitualmente en las celdas y en las habitaciones de moteles (al menos en las películas), son biblias.

Fleury-Mérogis, la prisión más grande de Europa, es un caso especial en lo que se refiere a su servicio cultural. Hay 10 bibliotecas ubicadas en diferentes partes del espacio penitenciario. En las diferentes áreas: mujeres, hombres, menores…. En cada una de las bibliotecas hay dos bibliotecarios, contratados por la administración penitenciaria en colaboración con «Lire c’ est vivre» que permite la entrada de un bookmobile, una vez al año, y los internos pueden elegir los libros que desean añadir a la colección. Por lo tanto, es un medio para empoderar a estos presos y promover su reinserción social, sobre todo porque en algunas cárceles se les paga. Y además, no sé si leyeron bien, pero ¡son ellos mismos los que eligen!

En general, leen muchos libros jurídicos para tener sus propios conocimientos que les permita discutir en sus propios juicios. Siempre y cuando, y ahí volvemos al inicio, sepan leer y escribir. ¡Muchos se reciben de abogados!

En Brasil, desde 2012, los presos de las cuatro cárceles más grandes del país, seleccionados por una comisión especial, en el marco del programa Redención a través de la Lectura, han podido obtener una remisión de la pena de 4 días, cada vez que leían un libro y escribían un relato completo de él, con una remisión máxima de la pena de 48 días al año. Los libros de este programa trataban sobre filosofía, literatura clásica y contemporánea y ciencia.

Porque la escritura es la otra parte de la moneda, otra buena práctica es la de la colaboración entre la Universidad de París Diderot y la prisión de Réau (Seine-et-Marne): la universidad creó, en 2014, el premio literario «Free Spirits», cuyo jurado está compuesto, en su mayor parte, por reclusos.

En Chile, en 2015, internas del Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín participaron del concurso epistolar “Cartas de Mujer” que buscó “promover la creatividad, potenciar la autoestima y contribuir a la rehabilitación y reinserción social de las mujeres privadas de libertad”.

Lo importante de tener bibliotecas no es solo por la lectura sino porque tener un establecimiento, un espacio de este tipo, permite también otro tipo de actividades tales como: talleres de escritura, trabajo con formatos no tradicionales como el cómic, multimedia (audio, video…), el teatro, etc.

El Manifiesto de la Unesco es claro en este punto: el público preso forma parte de la población a la que las bibliotecas deben servir. Los servicios de la biblioteca pública se prestan sobre la base de igualdad de acceso para todas las personas, sin tener en cuenta su edad, raza, sexo, religión, nacionalidad, idioma o condición social. Deben ofrecerse servicios y materiales especiales para aquellos usuarios que por una o otra razón no pueden hacer uso de los servicios y materiales ordinarios, por ejemplo, minorías lingüísticas, personas con discapacidades o personas en hospitales o en prisión.”.

Desde finales del siglo XIX hasta el final del siglo XX, el aumento de la importancia de las bibliotecas públicas dió lugar a un renacimiento de la biblioteca penitenciaria. En realidad, volvieron a ganar popularidad a finales de los años 40 y 50, cuando una teoría llamada «biblioterapia» desarrollada por el bibliotecario de la prisión, Herman Spector, argumentó que los reclusos podían «curarse» a través de la lectura.

Sin embargo, incluso para los prisioneros que no están en confinamiento solitario, hay restricciones extremas en los materiales de lectura. Por ejemplo, los libros con referencias a las relaciones homosexuales suelen estar prohibidos. Victoria Law, autora de Resistance Behind Bars y cofundadora de Books Through Bars, cita las cárceles de mujeres en Gatesville, Texas, como ejemplos de instituciones que prohíben la homosexualidad en la lectura de material. También existe el temor de que las bibliotecas carcelarias puedan servir como un «espacio gay».

Los libros que incluyen temas de raza también se enfrentan a la censura. La ley dice que algunas de las obras más solicitadas de Books Through Bars, que envía material de lectura gratuita a los prisioneros en todo el país, son obras sobre la historia afroamericana, mexicana y azteca («La gente está tratando de averiguar cuáles son sus raíces», explican), pero estos textos están fuertemente censurados. Megan Sweeney señala a Toni Morrison como uno de los autores cuya obra está a menudo prohibida porque los funcionarios creen que libros como Paradise, que hace referencia a Malcolm X y Martin Luther King Jr., no son “buenos”.

“Todo se reduce a una visión ‘reductora’ de los prisioneros, argumenta Sweeney, señalando que la suposición de que los individuos imitarán lo que lean no es algo que haríamos con cualquier otro lector que no sea el encarcelado”.

Una buena práctica es la de la Brooklyn Public Library: “Usando programación innovadora y acceso a los recursos, conectamos a los neoyorquinos encarcelados con sus familias y comunidades. (…) Operamos bibliotecas móviles semanales. Los bibliotecarios y voluntarios visitan estas instalaciones cada semana para entregar libros, revistas y periódicos. (…) ayudamos a establecer salas de lectura en 21 áreas de vivienda para jóvenes de 16 y 17 años encarcelados (…) en Rikers Island. Los adolescentes también participan en una serie de debates (…). El programa ‘Papá y yo, mamá y yo’ es un programa de capacitación mensual que enseña a los padres, en el sistema de justicia, las destrezas de alfabetización temprana, y les ayuda a aprender cómo pueden jugar un papel en el desarrollo educativo de sus hijos desde la distancia. (…).

Author Irvine Welsh visits Edinburgh’s Saughton Prison to talk about his new book ‘Crime’ to members of the prison book club.
Picture Michael Hughes

Un grupo de prisioneros se ha reunido frente a la biblioteca en la prisión de Edimburgo. «No pueden esperar para entrar», dice Jacqueline Clinton. En 18 meses, la biblioteca de la prisión se ha transformado de lo que equivalía a un pequeño depósito de libros, mal utilizado por los 900 prisioneros de la cárcel, a un espacio comunitario luminoso que tiene una lista de espera para la membresía. Fue nombrada ganadora del Premio Bibliotecas del Reino Unido de 2010 Libraries change lives. La biblioteca fue diseñada y construida con la ayuda de los prisioneros en un ala restaurada de la cárcel. Nigel Ironside, gobernador de la prisión, dice que la biblioteca se ha convertido en la piedra angular de la estrategia de alfabetización de la prisión. «Este compromiso en la alfabetización y el aprendizaje básico de los reclusos es la base para reducir la reincidencia«, dice.

Cuenta la Revista Anfibia: “Waldemar Cubilla empezó a estudiar la carrera de sociología de la UNSAM en la Unidad Penal N°48. Cuando salió, fundó una biblioteca en la villa ‘La Cárcova’. (…) Empezó a delinquir cuando tenía catorce y a los dieciocho cayó preso. Dentro de un penal de máxima seguridad, comenzó a estudiar Sociología. Waldemar Cubilla es un ex pibe chorro que fundó una biblioteca en su villa para que los chicos —dice— además de drogas y pistolas, tengan libros. (…) Como no consiguió el certificado que acreditaba que le faltaba un año para terminar la secundaria, la empezó de nuevo. A los cinco años salió en libertad condicional y, como nuevamente le faltaba un año para terminar, rindió todas las materias para obtener el título de bachiller. En 2005 empezó Abogacía en la John F. Kennedy, una universidad privada en San Isidro, zona de las más lujosas de la provincia de Buenos Aires. Con un robo pagó la matrícula y un año por adelantado, y se compró un auto.
—Esa biblioteca era una puerta abierta dentro de la cárcel. Ese lugar te forma, te permite otro diálogo con el magistrado, da libertad hasta a los que tienen perpetua —cuenta Waldemar”.

Creada por Jenji Kohan, en 2013, para la plataforma Netflix, Orange Is the New Black sigue los caminos de varias reclusas en Litchfield, una prisión de seguridad mínima para mujeres. Entre la violencia cotidiana, las historias de amor y a veces las delicadas relaciones con la administración, la vida está organizada. Y la temporada 5 le permite descubrir una biblioteca original…

Brook Soso, uno de los protagonistas de la serie, presenta su nueva biblioteca a sus compañeros de prisión: la joven ha elegido una organización particularmente original, basada en libros colgados de cuerdas, para facilitar el caminar y el descubrimiento.

En el Plan de Lectura Nacional 2015-2020 de Chile, “se anunciaron nuevas bibliotecas en cárceles. Se planea implementar en 16 recintos penitenciarios bibliotecas con colecciones pertinentes y préstamo automatizado, capacitando al personal a cargo y desarrollando actividades de fomento lector y escritor”.

Como siempre se dice: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma y así… Bibliotecarios van a la cárcel

Leer y escribir permiten varias cosas: expresarse, comprender, relacionarse, insertarse, calmar, recrearse y muchísimas de las cosas que un ser humano elige y que una persona privada de su libertad, necesita. A veces podemos ayudar, a veces, no. Pero vale la pena intentarlo. Las palabras nunca terminan y siempre pueden ir más allá de los límites. Una herramienta que da derechos y que, por sobre todas las cosas, tenemos derecho a poseer, sea cual sea, la condición en la que estemos.