Mi relación con La Francia data de muchos años. Sin embargo, la relación no evolucionaba particularmente hasta éste, mi último viaje. Francia está cambiando. Para bien (desde mi punta de vista). Les cuento el por qué de mi post.
Para no entrar en conflicto, necesito aclarar que cuando hablo de Francia, hablo casi siempre de parisinos (y sólo de algunos). Lamento la generalización, pero resultaría muy difícil especificar el corpus que ha servido para mi «estudio casero» sobre el tema si tuviera que empezar a describirlo. Hablo de franceses y el que quiera… ¡que se excluya!.
Francia nunca ha sido un país de mi devoción. Sin embargo, sigo cayendo en sus redes seguidísimo. Hoy, a una semana de mi vuelta por esos lares, quiero contarles las sorpresas con las que me encontré. Nunca me gustó especialmente la cocina francesa o el cine francés o la literatura francesa, ni siquiera la música y ni que hablar de los franceses (parámetros que siempre tengo en cuenta para dar opinión de un lugar). Pero las circunstancias han hecho que vuelva una y otra vez, de visita, a vivir, a estudiar, a enamorarme, a trabajar, etc.
Siempre me pasaba lo mismo: una miradita desde arriba que descalificaba continuamente aquello que no fuera francés, exquisito, discreto, siglo XVII, etc. Lejos de cumplir con esos requisitos, yo llegaba siempre con una cuota de rebeldía, globalización anticipada, ideas rarísimas (según ellos), cultura popular (también según ellos), demasiados colores y demasiados idiomas en mi haber. «Vous êtes très…». Yo era siempre… mucho. Muy extrovertida, muy afectuosa, muy… y entonces, la primera semana me amaban porque era como la perlita exótica que llegaba de la argentina pero, a los pocos meses, ya no me amaban tanto. Los incomodaba, los enfrentaba con alguien que, a mi modo de ver, les hacía notar su poca «onda».
De todas maneras, su discurso era siempre el mismo:
Pasemos a algunos ejemplos. En el ’94, decidí que quería hacer mi doctorado en Paris en la escuela de altos estudios. Conseguí entrevistas con varios profesores. En ese momento, había varios nombres conocidos al estilo Milan Kundera y estaba entusiasmadísima con ser parte de ese grupete. Presenté lo que en ese momento era mi profesión. Especialista en literatura fantástica italiana de posguerra, investigaba sobre aspectos del narrar. Específicamente, el título de mi investigación era: ¿Cómo se narra el horror?, teniendo en cuenta para ello varios aspectos que no sólo tenían que ver con el contenido, los géneros y etc., sino también con los formatos y lo que, en ese momento, llamábamos plataformas: cómic, cine, etc.
Describir la cara de los que me entrevistaban, llevaría varias horas y varios posts. Sólo puedo decirles que no mostraban ningún interés. ¿Historieta?. No señorita, nosotros no trabajamos con la cultura «popular». Y una vez más mi pensamiento era: ¡Ustedes no trabajan con «cultura popular» porque no tienen!. ¡Les falta imaginación!. ustedes solo pueden hablar de «marivaudage», ¡de literatura del siglo XVI!, ¡de «beaux arts»!. No es que no quieren, ¡no pueden!. Algunos podrán discutirme este aspecto y definitivamente tendrían razón. Pero convengamos que los franceses no son particularmente especialistas en el género fantástico o la ciencia ficción…
Del mismo estilo fueron las experiencias en lo personal, así que no quiero entrar en detalles porque lo que me interesa contar es que hoy, están cambiando y no sólo que se esfuerzan sino que lo dicen en voz alta. Bravo por este gesto de humildad.
Hoy los franceses hablan inglés. Aún me miran extrañados cuando los beso sin conocerlos pero ya no me excluyen, casi diría que les conmueve. Hoy todos hablan de seguir orgullosos de sus próceres literarios como Molière, Voltaire, etc. pero leen historietas a full, tienen Internet en sus casas y aceptan sus limitaciones.
Muchos de ellos (de los que no daré nombres) son los futuros jefes de secciones y departamentos muy importantes que dicen a viva voz: «nos tomamos demasiado tiempo para reflexionar». Y claro, reflexionar sobre la evolución de la literatura del siglo XV a la del siglo XVII no cambiaba mucho las cosas, aún cuando se tomaran ellos mismos un siglo para hacerlo. Pero hoy, ocupar un siglo para reflexionar sobre una nueva tecnología que ya mañana es obsoleta, no es buen negocio.
Es verdad que nosotros exageramos. La reflexión no es lo nuestro. Nos tiramos a la pileta y no nos fijamos ni siquiera si tiene agua. Probamos, no sacamos conclusiones, nada. Y a veces no sale bien y a veces, no. Los canadienses, por su lado, son el punto justo. Un poco de reflexión (pero no un siglo) y un poco de «lo probamos ya o llegamos tarde». Y esto es lo que franceses están pensando. Hay que salir a la cancha porque si no… nos comen los de afuera. Así que los muchachos se pusieron las pilas y lograron hacer un buen uso de la autocrítica. No hay que ser americanista, pero tampoco cerremos los ojos. Cambiemos un poco y aceptemos que si lo nuestro es bueno (el idioma, la literatura clásica, etc.) lo otro también puede serlo. No hay que copiar, pero espiar un poco no le hace mal a nadie.
Yo me volví feliz. Mi experiencia fue 100% exitosa y en parte fue gracias a su nueva capacidad de escuchar que antes estaba casi vedada. Se me consultaba, aprendían, me pedían, agradecían, compartíamos y disfrutábamos. Todo era nuevo para mí y para ellos. Orgullosa de ser parte de esa nueva reflexión, espero nuevo encuentro con esta Francia que, para mí, repito, está cambiando…a ver si tengo razón o fue pura ilusión.
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