Los que me conocen saben que, para mí, la cultura asiática es algo así como lo mejor que me puede pasar en la vida. Con mi complejo de no china al hombro, les cuento mi experiencia del viernes.La primera vez que tuve contacto directo con un chino, es decir uno que me dirigiera la palabra, fue aquí en París, en el 2003. Yo cursaba el DUEF (diploma universitario de estudios franceses) en la Sorbonne y conozco a Yu Tung. Una chica simpatiquísima y preciosa (mi hermana la llama la princesa china) que enseguida me dió charla. Nos hicimos amigas. Comíamos juntas, estudiábamos juntas y, de tanto en tanto, salíamos juntas fuera del plan «escolar».

Yu Tung está casada con un francés, Pascal y tiene dos hijos: Mathilde, que nació cuando yo aún vivía allí, y Thibaud a quien conocí justamente en este día de combo franco-chino. Solo contaré algunas anécdotas que fueron parte del impacto de esta amistad.

En realidad, es un poco raro, pero yo hablo de los asiáticos como si los conociera y, en realidad, todo lo que sé es lo que pude aprender de Yu Tung. Pero bueno, mi generalización parte de una sola persona y, aunque suene un poco limitado, es así.

Se va la primera. Yo escuchaba que otras personas llamaban a mi amiga Tung. Un día le pregunté: «¿Yu Tung, cómo te gusta que te llamen?», ella me dijo: «como quieras, está bien. Yu Tung o Tung».

«Ok, «pero yo quiero saber cómo te llaman los demás, en general. Por ejemplo, tu hermana, ¿cómo te llama tu hermana?». Ella me contestó: «mi hermana no me llama, no me puede nominar. Solo me dice gran hermana». Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Repito: Yu Tung, vive en Francia, está casada con un francés. Su hermana (la que no puede nominarla) vive en Inglaterra… es decir, estamos hablando de una chica de mente abierta, moderna, no de una muchachita que vive en la china profunda perdida en las montañas. Ese anacronismo, ese «ser moderno» y aún así continuar con tradiciones antiquísimas me llenan de ternura y admiración.

Sigo. Estábamos en clase y la profe no paraba de preguntar cosas a los chinos. Como eran miles, siempre le parecía que podían ser quienes respondieran. Los chinos son excelentes estudiantes, super aplicados, especialmente en lo que tiene que ver con lo técnico. Por ejemplo, en la clase de lengua, unos genios con la gramática. Pero para «charlar»… ahí ya es otro cantar. Primero que cuando hablan, aún cuando lo hacen en francés, pareciera que siguen hablando chino. Los gestos, los sonidos, los tonos… A mí me resulta muy difícil entenderles. Entonces le digo a YT: «¿por qué nadie responde, si ustedes saben la respuesta?, la pobre se está volviendo loca con este grupete que la mira fijo y permanece en silencio..». Y mi amiga me responde: «problema suyo. Jamás le van a responder. A nosotros nos enseñaron a escuchar en clase, no a hablar». Otra vez el asombro.

Dos anécdotas más. La primera. Se avecinaba el cumple de YT y yo quería hacerle un regalo especial. Para mí, los regalos en general son algo especial. Trato de que sea una cosa muy representativa, pensada, exclusiva para el cumpleañero. Le digo a Yu Tung: «estoy un poco triste. Quiero hacerte un regalo muy especial y no logro discernir exactamente tu pasión». YT me contestó: «yo no tengo pasiones». Se me pone la piel de gallina cuando lo cuento. Esa fue, a mi entender, una respuesta cultural. Hubiera sido lo mismo que responder: «a los chinos no se nos permite tener pasiones». Porque la verdad es que a YT le encanta viajar, es una adicta a las películas y muchas cosas más, pero creo, insisto que fue casi una respuesta formal. Una respuesta muy china.

Última. Estábamos almorzando en una mesa muy intercultural: Pascal, el marido de YT, francés él; YT, china; Stanley (quien en ese momento era mi pareja), haitiano, y yo, ¡argentina!, charlando de nuestras características propias, culturales, etc. Hablaba Pascal y comentaba sobre la importancia de Jackie Chan en la sociedad china. «Sí», decía, «cuando en China pasan una peli con Jackie Chan se para el mundo. Todo el mundo está pendiente, adoran a este tipo y bla bla bla». A la media hora de este discurso, Pascal se dirige a YT y le pregunta, «¿no es verdad?». YT, que por supuesto no había metido ni un bocadillo, responde: «no».

YT jamás hubiera interrumpido o agregado palabra si alguien no le preguntaba. Los chinos sólo responden si les preguntan. En todo caso, YT. Y para mí, es lo mismo, ella es mi referente y mi amiga. Y este vivir en el extranjero pero mantener cierta conducta conservadora y tradicional, este anacronismo, repito… me tiene loca de amor.

Pero dije día franco-chino así que esto recién comienza y ahora puedo decir que, efectivamente, no estaba tan errada en generalizar sobre ciertas actitudes orientales a partir solo de mi amiga. Porque 7 años después y en mi segunda estadía prolongada en París, sucede lo siguiente: una noche, algunas cosas se confirmaron cuando conocí a Joe y (eso es lo que entendí, en todo caso, cuando se presentaron).

Como les había comentado, los viernes, en el Convento, ¡hay fiesta!. (estamos en 2011). Este viernes era especial porque se celebraba (una manera de decir) el fin de la primera guerra mundial, así que habían decidido organizar una reunión en la que cada uno llevaba algo de comer y se compartían las diferentes especialidades junto a una buena charla. Yo llegué con mi amiga Catherine (a quien conozco desde el 2003, trabaja en la Bpi y viajó conmigo a Indochina), y una pasante rumana que está ahora conmigo en la Bpi que se llama Cristina y que es también muy agradable.

Llegamos al primer piso y ya había unos cuantos comensales. Ví dos chinos en una punta de la mesa y, por supuesto, de ese lado nos sentamos. Aclaración: cuando yo digo chinos, digo asiáticos. Pido disculpas por mi ignorancia pero no logro reconocerlos así que, cuando no doy nombres y digo chinos puede incluir: japoneses, coreanos, chinos y todo ser que tenga la suerte de cargar con un par de ojos que envidio profundamente.

Esta parejita vive hace un año en el convento y ambos estudian historia de Francia. Iá (el muchacho) la parte económica y social de la Francia del siglo XIX, Joe (la muchacha), Avignon medieval. ¡Rarísimo!. Joe, además del francés debe aprender provenzal y latín. Como comentaba Iá, Joe será una de las 5 personas chinas que saben esa lengua. Una especie de geniecita, sumamente simpática que nos charló hasta más no poder y, una vez más, salí: impactada, emocionada y sumamente turbada con el anacronismo.

Empezamos a hablar de los diferentes tipos de culturas y Joe dice: «nosotros amamos la Francia porque los franceses son simpatiquísimos y….». Yo, por supuesto, ni buena ni perezosa, dije: «¿qué?, ¿simpáticos los franceses?». Catherine me miraba con una cara… (a esta altura ya me conoce y sabe que lo digo muy en serio, pero que a ella la aprecio muchísimo), pero enseguida agregué: «y claro lo digo yo ¡que soy latina!». Pero ustedes piensen. Para que a alguien le resulten simpáticos los franceses es porque de verdad están acostumbrados a una austeridad que nosostros, los latinos, no comprendemos ni en teoría.

En todo caso, la rumana asentía. Ella también es latina, de algún modo, así que sabía de qué hablaba. Bueno, sigue la conversación y en un momento, hablan: de la educación, de cuántos entran a la universidad, de que son millones, de que es difícil pagarla, etc. Y Catherine, cultísima ella, super seria e informada les hace una pregunta que yo ni siquiera hubiera pensado, imaginado, asociado, ¡formulado!, les dice: «¿entonces ustedes son los dos hijos únicos?». «Sí», responden ellos.

¿Cuántas veces en la vida se han encontrado en la misma mesa con dos hijos únicos?. Insólito saberlo, insólito preguntarlo. Yo, anonadada.

La cosa es fácil. Aún hoy, los funcionarios públicos (esto incluye docentes de universidad) y personal de la armada chinos sólo pueden tener un hijo. Es decir que, en realidad, la mayoría. Es decir que si uno se sienta a la mesa con un grupo de chinos de cierto nivel socio-económico se encontrará rodeado de una cantidad asombrosa de hijos únicos, indefectiblemente. A mí me parecía estar viviendo en la película Esposas y concubinas.

Y así seguimos conociéndonos. En un momento, Joe nos pregunta «¿y ustedes qué idea tienen de la China?» Por supuesto, Catherine habló de la Revolución cultural, de la posibilidad de sentir a la China como una amenaza no armamental, pero sí financiera y etc. Cuando llegó mi turno, me sentí verdaderamente avergonzada porque para mí la China es nada. Un lugar que quiero conocer, el chino que está en frente de mi casa, todas las porquerías que amo comprar baratas, rompibles, inútiles y de origen chino, una comida que me encanta, un idioma difícil, los mejores aparatos electrónicos, el cine que más amo en el mundo, la ropa que más uso, el hombre al que más deseo y la mujer a la que más envidio, y eso es todo.  Y lo dije.

Lo dije con gran humildad porque es la única verdad que puedo decir. ¿Cuál es en definitiva el conocimiento de la china que tenemos los argentinos?. Algunos negocios y creo que ahora se proyectan muchos más. Imagino también que el mismo conocimiento que la China tiene de Argentina.

Y aquí viene la fruta del postre. Joe nos dice: «les agradezco profundamente sus opiniones. Para nosotros es muy importante». Y quedamos en reencontrarnos para seguir charlando. Catherine subió a tomar un café a mi departamento. Y Yo le dije: «una vez más estoy impresionada. ¿Vos viste cómo nos agradeció? Una especie de servilismo, cultura y tradición a la que no estoy habituada…» Y Catherine me explicó: «es que la realidad es que, de verdad, estaban agradecidos. Estaban agradecidos porque a ellos no les está permitido tal honestidad en lo que se refiere a una charla político-socio-económico-cultural».

Me sentí bien. Un poco ignorante, pero honesta. Y muy halagada por su agradecimiento. Fin del día franco-chino.

PD: ahora quiero mi kimono (aunque sea japonés)