En el año 2009, escribí por primera vez sobre Anna. En el 2012, actualicé el artículo y el 12 de junio de este año, con motivo de la Ley Nº 26.809 que ha declarado esa fecha como día de los adolescentes y jóvenes por la inclusión social y la convivencia contra toda forma de violencia y discriminación, en conmemoración al natalicio de Ana Frank, volví a buscarla en un nuevo escrito.

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Hoy a la noche, me pasó algo bastante particular que me sacó de la cama, para escribir este nuevo artículo. Como muchos saben, soy la proveedora oficial de películas de muchas personas. Una de ellas es mi mamá. En general me pide pelis buenas (no nací de un repollo) pero, a veces, se desquicia y me pide títulos de los que leyó la crítica en el diario pirulo y yo se la busco igual.

Los que me conocen saben, también, que yo miro todo. Y cuando digo todo es todo. A veces ni las comento porque me da vergüenza. Pero miro todo. Perdón, menos ciencia ficción. Hay excepciones (siempre las hay): I’m a Cyborg, But That’s OK (una de las mejores películas que vi en mi vida). Salvo alguna, estas pelis las miro sólo bajo amenaza de muerte.

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Volví a mentir. Otro tipo de películas que no veo es la me hace sufrir con cosas que, ahora que pienso, no me resultan tan lejanas o imposibles. Porque sí miro pelis de guerras y maltrato y otras cosas por el estilo que, definitivamente, me causan dolor, pero que no siento cercanas, al menos no, cotidianamente.

Hablo de películas como la que acabo de ver y que me impulsó a correr para ser rescatada por la escritura: The fault in our stars

Una película de esas que no me gustan ver. ¡Hasta aplauden cuando se besa la pareja adolescente!. Y lloré como una desconsolada los últimos 20 minutos. Sin embargo algo pasó. Y acá vuelvo a Anna Frank.

Decía en el artículo del 12 de junio: «Hablamos de una apertura de pensamiento nacional que entiende la importancia de este día como símbolo de algo aún más importante, más pluralista, más global y que nos concierne a todos. (… ) Desde que tengo uso de razón, una discusión sobrevuela las sobremesas personales y profesionales: “Pero ¿por qué es indispensable que lea El diario de Ana Frank si no soy judía? Y siempre respondí lo mismo: porque Ana Frank no es más que un nombre. Porque no estamos hablando de la historia de una niña judía. Estamos hablando de una niña. Necesitamos aprender a ver con los ojos “del otro”. (…) Por la misma razón que es indispensable que leamos Persépolis (novela gráfica en blanco y negro escrita e ilustrada en forma autobiográfica por Marjane Satrapi que cuenta la historia de cómo creció en un régimen fundamentalista islámico que la acabaría llevando a abandonar su país). Porque la decisión que debe tomar Sophie, en la película La decisión de Sophie, traspasa los límites de la religión: una madre que debe elegir es una madre que debe elegir aquí y en Japón. Por la misma razón que visito la Ex Escuela de Mecánica de la Armada para conocer mi historia pero también el Museo Tuol Sleng (S-21 o “el Museo de los crímenes genocidas”) en Camboya. (…)«. 

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La protagonista de la película no es judía, ni musulmana, ni negra. Tiene cáncer. Se va a Amsterdam y visita la casa de Anna Frank. Mientras sube las escaleras se escucha la voz en off de Anna:

«Es un milagro que no haya abandonado todos mis ideales. Parecen tan absurdos e imprácticos. Pero me aferro a ellos porque todavía creo que a pesar de todo, las personas son buenas de corazón. Es completamente imposible para mí construir una vida…. Somos demasiado jóvenes para enfrentar estos problemas pero siguen presentándose ante nosotros hasta que, finalmente, nos vemos obligados a buscar una solución. Sin embargo, cuando miro el cielo de alguna forma siento que todo mejorará. Que también esta crueldad terminará».

¿A ustedes les parece que este mensaje sólo está dirigido a los judíos?. Yo creo que no.

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