Cuando hablamos de pantallas, hablamos de la visualidad en un soporte que varía en dimensión pero no necesariamente en funcionalidad. Narrar desde la visualidad es el nuevo leit motiv que ingresa en el discurso. Hoy, el sistema de comunicación cuenta con la imagen como gran protagonista.

Esta nota fue escrita, en realidad, en 2008 y, sin embargo, aún lidiamos con ciertos conceptos. Por eso, decidí subirla a mi blog. Porque sigo reflexionando sobre el tema.

Cuando hablamos de pantallas, hacemos referencia casi inmediata a la televisión. Sin embargo, el panorama es más amplio: podríamos nombrar: celulares, televisión, tablet, etc.

¿Cómo se integran estos soportes en los ámbitos educativos? ¿Cómo se produce el traslado, el salto de estos objetos de la geografía cotidiana del estudiante, a las aulas? ¿Qué lugar ocupan en la vida de estos jóvenes para que resulten tan atractivos y, consecuentemente, útiles en su uso en la educación?

Hay una relación cuerpo a cuerpo entre los jóvenes y las pantallas, fuera del contexto escolar. Estas pantallas forman un cuadrilátero siempre encendido, que se muestra como telón de fondo de todo escenario adolescente.

La imagen tiene un gran poder y los jóvenes, en particular, se sienten atraídos por este soporte que no necesariamente asocian con el estudio. Es un refugio de imagen y sonido que aún permanece sólo para ellos. Esta multiplicación de pantallas, esta especie de bola espejada con miles de espejitos que ilumina la discoteca individual del adolescente se desplaza a otros circuitos.

Trasladar esta escenografía a la escuela es una manera de integrar los usos y los hábitos que les permitan sentirse cómodos fuera de su “lugar”. No sólo porque el cuadro se presenta como conocido, sino porque ese cuadro presenta una cantidad enorme de herramientas que ellos manejan con especial destreza.

Los límites ya no se marcan con fuego. La rivalidad mapamundi/pizarrón/cuaderno, versus tele/celular/videojuego ya no existe porque ambos se implementan y complementan. La escuela hace uso de estos soportes y se “hace amiga” de la cotidianidad juvenil. Los lenguajes y conceptos ya no pertenecen a un campo o a otro, sino que trabajan en forma cooperativa para que el tiempo de diversión se vuelva más productivo, y que la educación devenga más amena.

Pantallas significa entrar en el mundo de los jóvenes desde adentro y no limitando los ámbitos. Como docentes enseñamos la lengua pero consideramos indispensable aprender también la de los alumnos. Experimentar permite una familiarización que facilita la tarea.

Es evidente que el cine y la televisión convivían con nosotros hace tiempo. Pero el uso de internet y, especialmente, los celulares en otros ámbitos que no sean los personales, es algo medianamente nuevo en relación a los dispositivos, plataformas o pantallas antes mencionadas. De hecho, llamamos nuevas tecnologías a algo que ya no es tan nuevo.

Utilizar el sistema GPS o incluir actividades para aprender historia, por ejemplo, a través de los celulares es todavía una estrategia que está en proceso. El cine pareciera ser un asunto colectivo, el celular una individualidad. Diferentes pantallas, para un mismo fin. La comunicación audiovisual en función de una educación moderna, móvil, atractiva.

Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de pantallas? Hablamos de integrar la orquesta de pantallas cotidianas de los jóvenes, en la orquesta de la educación y de la familia. Hablamos de ser creativos e integrar los elementos que ocupan un tercio del mundo de los alumnos, en el ámbito escolar y familar. Hablamos de tener una mirada que integre al máximo el discurso audiovisual. Si entendemos a la enseñanza como un proceso permeable y en constante evolución, entonces hay que aprender a “absorber”, a “embeberse” de todo nuevo objeto que nos acerque y nos complemente. La pantalla es uno de ellos.