Cuando hablamos de arquitectura, espacios, muebles, equipamiento… hablamos de infraestructura. Antes, suponíamos que el lugar donde se leía, enseñaba, aprendía… no tenía nada que ver con los “muebles” que se utilizaran. En parte, esto sigue siendo correcto. Es decir, leer un libro no tiene que ver con estar en una súper y cómoda reposera o no, sino con tener un libro que “valga la pena”.

Pues bien, no es tan así: un libro “que valga la pena” ya es un concepto difuso. Hoy, podríamos hablar también de en qué condiciones “físicas” (infraestructura) leemos otro formato/plataforma que no sea un libro y sí un tweet, y reflexionar sobre si es lo mismo leerlo/visualizarlo en un lugar cerrado que en un lugar vidriado (luz, sonidos, etc.).

Pensemos en nuestra vida cotidiana sin adentrarnos aún en lugares como la escuela, el museo o la biblioteca. La verdad es que yo me siento mejor, me concentro mejor, y aprendo más si estoy cómoda. Jamás, por ejemplo, leo en la playa a menos que no esté en una carpa, con una reposera divina y una coca helada al lado. Y sin embargo, para algunos, la playa, es el lugar por excelencia para leer.

Entonces, volvemos. Lo que se lee (aprende, enseña, etc.) cambió (contenido) y la infraestructura… en eso está. Hoy, el espacio se toma en cuenta como contexto. Entendiendo a éste como fundamental para el desarrollo del contenido. Casi en términos lingüísticos. No quiere decir que una silla cómoda o un lugar iluminado permita, per se, aprender más. Pero sí quiere decir que hoy, al menos se piensa si podría ser así o no.

Se comienza a “reflexionar” sobre el espacio físico, arquitectónico, en ámbitos no habituales (obvio que la arquitectura, la ingeniería y este tipo de profesiones, siguen haciéndolo). La importancia del espacio como esencial y excluyente, se traslada a otros ámbitos. Ese espacio no queda como un ítem separado del usuario. Se imbrica.

Habiendo tomado tal protagonismo, los usuarios (prosumers) hablan, exigen, necesitan ser acompañados, en sus caminos de aprendizaje, con la forma, las circunstancias, el «contexto mobiliario». Se produce una resignificación del espacio en la que éste toma una fuerza que antes no tenía. Interviene. Camina a la par de otros conceptos, tales como la tecnología. No se separa edificio de usuario, de contenidos, de objetivos…

¿Qué quiere decir que interviene?. Quiere decir que decide. Que una cosa no sale bien si el espacio no ayuda. Demos unos ejemplos: una selección específica de colores en las paredes motiva a diferentes acciones. Unos almohadones en un lugar determinado indican, sin lugar a dudas un lugar confortable o de reposo. Unas gradas permiten un estímulo distinto e invitan a una actividad específica: un espectáculo, algo abierto, público…Es decir, la forma arquitectónica, el espacio condicionan a cierta actividad. No han sido puestos al azar. Son estructuras pensadas para acoger y para estimular determinadas actividades. La forma (infraestructura) llama al contenido. Como en los viejos tiempos…

Podemos no hablar de intervención directa y, aún así, de un condicionamiento en las actividades posteriores. Por ejemplo, si hago un espacio tan luminoso que no me permita ver una película o una pared llena de estantes que no me permita colgar una pantalla, en estos casos no intervienen, como decíamos, pero, aún en esta condición más “pasiva” actúan igual, al menos, como plataformas “acogedoras” o no.

Lo que antes entendíamos por arquitectura, estructura, etc. y que era considerado algo completamente externo a nuestras decisiones como usuarios y más que nada, externo a toda concepción de que pudiera influir o cambiar algo de nuestras habilidades cognitivas, ya no existe.

Reflexionar sobre este concepto nuevo de espacio entendido como un elemento más dentro de la ecuación y no externo, literalmente como cuando se dice, está de “decorado”, es una manera de integrar los usos y los hábitos que les permite sentirse cómodos a los usuarios fuera de su “lugar” habitual. Comprender esto significa entrar en el mundo del nuevo visitante/alumno desde adentro y no limitando los ámbitos.

Dos casos se me vienen a la memoria en este momento: ambos en Berlín. El primero, en el Museo judío de Berlín. El museo está estructurado a través de ejes. En el eje del Holocausto, nos encontramos con un callejón sin salida que cada vez se hace más estrecho y más oscuro y que termina en una puerta: la entrada a la Torre del Holocausto. Al entrar, nos encontramos con un espacio vacío, frío, oscuro, de 24 metros de altura donde la única luz que entra es, a través de una pequeña ventana, en un extremo del techo. La sensación es, de verdad, indescriptible. Se supone que uno se siente como si estuviera dentro de un campo de concentración, encerrado, pero sabiendo que existe algo afuera a lo que no se puede acceder. La angustia que se siente no debe ser ni la milésima parte de nada, pero algo produce. La arquitectura, el espacio condiciona, interviene…

Un espacio participativo y motivador

El segundo ejemplo es el nuevo (ya no tan nuevo) Memorial del Holocausto en plena ciudad:

Es una especie de laberinto en el que uno se va adentrando, y la sensación es que el espacio se va achicando. 19 mil metros cuadrado, 2711 columnas de hormigón armado de diferentes alturas que llegan hasta casi los dos metros. La intención es identificarse con la sensación de desorientación y angustia que vivían las víctimas del nazismo respecto a su futuro.

El espacio/paisaje metafórico
Podemos hablar de paisaje interno, que sería describirlo como una metáfora de la escenografía, de los elementos (dispositivos, etc.) que acompañan a las personas en sus actividades: pantallas, videojuegos, paredes y pisos interactivos, etc.

Y podemos hablar de paisaje externo, también de manera metafórica, refiriéndose a los elementos que trae consigo el visitante/alumno/lector: ipad, celulares, google glasses, drones, etc., y además considerar paisaje externo al conocimiento o habilidad en el manejo de los mismos.

La salida al exterior, decíamos, implicaba integrar estos elementos que el visitante trae consigo a nivel de habilidades y a nivel de dispositivos pero, también, a nivel de expansión hacia afuera, literalmente. Las visitas virtuales son un ejemplo. Uno puede estar en su casa y “entrar” al museo/biblioteca/aula sin necesidad de moverse. Pero es la institución quien tiene que permitir esta posibilidad.

Ubicuidad
Y esto nos lleva, nuevamente, al concepto de ubicuidad del que ya hemos hablado en otras ocasiones: estos dispositivos que ingresan naturalmente nos permiten estar conectados en cualquier momento y en cualquier lugar. Ya no hay UN lugar, hay varios. Y ya no hay un solo visitante/lector/estudiante porque, en realidad, y apelando a este usuario productor, él mismo resignifica su visita/aprendizaje y lo comparte, en tiempo real, a través de las redes sociales, con sus comentarios, fotos, opiniones, etc.

Democratización de los espacios
La salida al exterior tiene, también, otro sentido: el de integración de artistas u obras que antes no “podían” entrar al museo. Los ya nombrados videojuegos y el arte del graffitti, entre otros. Pero también, para el caso de otro tipo de instituciones, la entrada de los vecinos, las familias, etc.

La democratización está dada por la entrada de agentes “externos” que no eran aceptados en los circuitos antes cerrados de estas instituciones, en la posibilidad de acceder desde cualquier lado, en los cambios de roles al no ser el curador/educador el único que habla, enseña, experimenta, al escuchar varias voces y a trabajar en función de ellas.

Vamos a ir mechando ejemplos de diferentes tipos de instituciones hasta llegar al programa especial en el que me centraré:

Vayamos a un ejemplo con intervención externa real, la de los vecinos, que señalamos como paisaje externo que entra: desde septiembre de 2015 las asociaciones vecinales del barrio de San Fermín de Madrid comenzaron a diseñar colaborativo las instalaciones de una nueva biblioteca junto con el Ayuntamiento de Madrid. En conjunto, participaron: vecinos, técnicos municipales de biblioteca y arquitectos. Como conclusión, la biblioteca debía cumplir con ciertos requisitos (deseos): devenir una biblioteca conectada, definitivamente y entendiendo esto por estar en relación (conectar) con agentes externos de la cultura y del barrio en general. No permanecer en la élite cerrada de los lectores cotidianos. Un lugar más “ruidoso” por la misma razón: se sale del silencio del siglo XIX para entrar en un trabajo en equipo, móvil, interdisciplinario y no tan solitario como el lector individual o el alumno en su silla o el visitante frente a la obra…

Esta biblioteca abriría sus puertas en 2018 con los siguientes espacios que describiremos, más adelante, con mayor precisión, pero que fueron pensadas y son pensadas en cada proyecto que voy a describir, para señalar las relaciones que se den entre los usuarios y usos, entre otras cosas: Sótano – Zona ruidosa, Planta baja – Zona de charla, la “biblio-plaza”, Primera planta – Zona de los susurros, Ático – Zona del silencio. Veremos si lo logran. Aún si no lo hacen (con notas y manifiestos de por medio) lo puse como ejemplo para ver cómo se puede entablar una “conversación” interdisciplinaria, interhumana, y que tenga en consideración al espacio en un proyecto que implique «afueras» y «adentros» en todos los niveles.

Pero (siempre hay un pero), tenemos que reflexionar sobre esta nueva reflexión antes de “construir”. Los dejo con estos comentarios antes de pasar a la segunda parte de este artículo para que vayan masticando:
Del mismo modo en que tenemos que pensar a la Sra. Infraestructura (lugares maravillosos, dispositivos alucinantes, gradas, espacios pintados de verde, amarillo y rojo), el escuela/museo/biblioteca, por sí sola, no funciona. Necesitamos una pedagogía (una base teórica), una metodología que justifique cada uno de los colores, materiales, situaciones, muebles, etc.
Sino, como decimos siempre, puros fuegos artificiales.

Cuando posteamos millones de artículos sobre lo bien que les va a las escuelas finlandesas, no creo que hayamos llegado ni a la tercera parte de la lectura del artículo completo. Error. Las escuelas finlandesas, entre otras, tienen todo un plan por detrás. Y es ese plan el que me voy a limitar a traducir y a comentar muy brevemente. En este caso, el “manual” es sobre la infraestructura de las bibliotecas, pero el esquema de “pienso, luego pinto” puede replicarse para cualquier institución.

Una infraestructura nueva, moderna e incluso innovadora no asegura una pedagogía innovadora.

Ya verán que hay algunos puntos que iré comentando como ejemplo, que explicarán (en los próximos posts) lo que acabo de afirmar. Una nueva concepción del espacio arquitectónico se piensa, por ejemplo, para que podamos reflexionar sobre conceptos educativos tales como educación formal e informal; fuera y dentro de la escuela, de la biblioteca, en un museo y en lugares similares, que permitirán a su vez, desarrollar tareas y objetivos diferentes. Hago algo para algo. Si no, volvamos a la hilera de bancos, a la banqueta…. Que da igual.