Viajar es uno de mis grandes placeres. Por suerte, he podido hacerlo con frecuencia y puedo comparar dicho placer antes y después de Internet.

Mis viajes no son generalmente turísticos sino más bien culturales. Los preparo, casi díria estudio, antes de partir. Imagino que alguno estará pensando «¡qué embole!, ¡qué falta de espontaneidad!» y, aunque no lo crean, es todo lo contrario, porque este «modo» me permite descubrir joyitas que sino hubieran sido imposible de descubrir. Ya me remitiré a los ejemplos.

Explico. Mi «estudio» consiste, más que nada, en buscar aquella información que no está en las guías sino en saber, por ejemplo, data que me permita acercarme a la gente del lugar para preguntarle cuál es el bar «posta» o a dónde puedo comprar tal objeto típico sin que me cobren parte de un pulmón.

Las nuevas tecnologías han cambiado, definitivamente, el modo en que uno organiza los viajes. Podría decir que para mejor en todos los aspectos. Pero me quedaré con: mejor en algunos aspectos, ya que no, en todo a mí, de manera personal, me han beneficiado aún. Yo rescato dos aspectos: la velocidad y el poder compartir.

Descarto como algo obvio el tener fotos que bajamos y compartimos instantáneamente en un picasa u otra cosa por el estilo, para detenerme en lo que me concierne de manera específica: la búsqueda de la información.

Antes de Internet:

Mi primera beca a Italia fue un trabajo que me llevó 1 año. Entre pedidos de información, cartas de aceptación, envíos de programas, certificados, resultados, envío de CV y etc., ese fue el tiempo. Nada podía resolverse sin la espera previa de cada documento vía un correo postal que llegaba, pero que tardaba entre 15 y 20 días. Imaginen lo que acabo de listar, multiplicado por 15 ida y vuelta. Lo logramos con sudor, lágrimas y tiempo. Este mismo «trabajo», hoy, me llevaría no más de una semana, sumándole de yapa una rarísima pero posible caída de Blackberry o suceso similar.

Después de Internet:

Mi primer viaje, que incluyó de manera exhaustiva Internet, fue el año pasado a Indochina, desde el comienzo. Yo partía desde Argentina con una amiga francesa (que partía desde Paris), a descubrir un mundo diametralmente opuesto al nuestro que vendría a ser el tercer vértice de este triángulo.

Programarlo sin las nuevas tecnologías hubiera sido casi imposible. El poder compartir la información que íbamos encontrando fue el primer gran milagro. Mostrarnos los lugares en tiempo real, chatear, consultarnos, etc. Todo resultó muy fácil.

Yo busco, entre otras cosas, lo que se come en cada lugar como plato típico. Sabía, porque lo había leido en Internet, que en Hanoi se come el Bún Chả. Divertidísimo fue encontrar un lugar en la calle que lo hiciera, increíble fue hacerme entender para que me lo sirvieran y rarísimo comerlo. ¿Me hubiera perdido la posibilidad de toda esa situación?. De ninguna manera.

Quisiera detenerme en el «a mí hay cosas que personalmente, AÚN, no me ha resuelto» para seguir con lo que sí me ha resuelto. Los lugares a los que yo voy a comer, dormir y bailar todavía no figuran en Internet. ¡Pero ya llegarán!.

Entonces, respecto al tiempo, creo que está más que aclarado. Ahora pasemos a la búsqueda de la información que sí se agradece a Internet y que me ayuda en mi «modo» de viajar.

Les decía que yo «estudio» antes de viajar. Por ejemplo, algunas palabras en el idioma a dónde voy a ir. Recuerdo cuando llegué a Indonesia y una nenita me preguntó: «¿por qué sabés hablar tan bien el balinés?». Les aseguro que no era el caso pero, para un lugar donde llegan miles de australianos por segundo y que, por supuesto, no harán ningún esfuerzo por hacerse entender…, mi «hola», «cómo te llamas», «donde puedo conseguir un taza de sal», «lo quiero cortado», hacían de mí casi una bilingüe.

Este «conocimiento del idioma» me permitió hacerme amiga de estas niñas que todos los días me venían a buscar para ir al mercado, comer juntas, «charlar» y sentirme un poco menos turista.

¡Me quedaba una semana más y creo que hubiera conseguido trabajo!

Pero ahora le llega a ¡Paris!. Todas las anécdotas que contaré podrán ser vistas, seguidas, saboreadas a mi lado gracias a Internet. La mayoría de ellas las he vivido junto a mi hermana Sandra, así que, con las nuevas tecnologías o sin ellas, ella fue, sin lugar a dudas, la mejor guía que he tenido en la ciudad luz.

Llegué a Paris en el 2002. Los primeros meses, antes de trasladarme al studio que me alquilaría, viví un tiempito con mi hermana.

Llegamos a fin de año y ella me propuso hacer un viajecito: un crucero muy «famoso» que acostumbran a hacer los franceses en un barco, el Bou el Mogdad, muy topi (como diría mi amiga Inés), que te traslada a Senegal. Y por sobre todas las cosas, muy caro. Pero intervino Internet. Había una especie de remate (enchères) para ganarse dos pasajes. Fue, creo, una de las experiencias más feas de mi vida. No el viaje, sino ganarme los pasajes. La adrenalina de «apostar» me volvió loca. Pero, a las dos horas de haber pensado en el proyecto, esperaba a mi hermana, con 10 grados bajo cero, en bikini y dos simulaciones de daikiris en mano, con los boletos en mi poder.

Anecdotita. Todo estaba incluida en ese viaje pero, cual all inclusive, la bebida no. Así que comíamos la mejor comida francesa (el crucero es conocido por ese detalle de «gourmet a bordo») y teníamos nuestra botellita. Para poder seguir bebiendo el mismo vino o Coca Cola al día siguiente, ponían un cartel con el apellido. A la heladera y al otro día, vuelta a la mesa. Nuestro apellido es un poco difícil, pero los muchachos lo resolvieron fácil. Lo que era seguro era que incluía la L, la P y la Z, hablabamos español, era más que obvio: nuestras botellitas llevaban la etiqueta LÓPEZ. De ahí en adelante, éramos las hermanitas López. Cortito y al pie.

La segunda anécdota es aquella que empecé a esbozar en el artículo anterior sobre los bomberos parisinos. En realidad, esta vez Sandra no me acompañó, pero fue la que pasó el dato. Las fiestas en las diferentes casernas explotan. Los muchachos, que como les decía, parecen más del escuadrón de SWAT que simples bomberos, te llevan, te ponen, te… Es muy divertido.

Pero la anécdota especial es la siguiente: en la mitad del baile, me encuentro con un grupo de muchachos que tienen un uniforme muy particular. Me acerco y les pregunto: «disculpen, y ustedes ¿quiénes son?». Muy amablemente uno dijo: «mademoiselle nous sommes la Légion étrangère» (señorita: nosotros somos la legión extranjera). De más está decir que me sentí avergonzada e impresionada. No puedo mentir, yo pensé que la legión extranjera ¡no existía más!, que permanecía vigente sólo a través de las Aventuras de Tín Tín!. Pues, no, están vivitos, coleando y alistando!.

Barrios conocidos y no tan conocidos invitan a encontrar nuevos colores. Uno de ellos es el 18 que nos ofrece un mercado muy particular: el château rouge. Un lugar donde se pueden encontrar objetos africanos como las típicas pavas de plástico o cangrejos vivos para el almuerzo del domingo.

Allí fui para experimentar con la cocina haitiana que también se abastece en dicho lugar. Elegí un par de cangrejos que no sólo no me sonreían, sino que me miraban con muy mal y ojo. Finalmente, con mi bolsita a cuestas (y ellos en ella, vivitos aún) me fui a casa. Nunca tuve el valor de cocinarlos pero la experiencia de la compra fue maravillosa. Voy a convencer a mi hermana que está cerquita que lo intentemos una vez más.

Todo el mundo conoce La ComédieFrançaise. Y todo el mundo sabe que ir a ver una puesta en escena de un tal Molière, por ejemplo, es bastante caro y posiblemente imposible de conseguir. Pues bien, mi profe de la Sorbonne, muy francesa ella y por supuesto muy culta, nos enseñó un truquito. Se va una hora antes y por una puertita del costado, se saca una entrada a 5 euros. Muy contentas Sandra y yo, vivimos la experiencia. Pero todo esto venía a que, en Internet, ya lo proponen.

Siempre dicen que los franceses leen mucho en los subtes. Pero nadie sabe la verdadera razón. Suponía, al menos yo, que era por su «insaciable» sed de lectura y cultura. Pues no. Al menos, no es la única razón. Primer día de clases y mi hermanita me acompaña en el subte. Grande y adulta ya, pero nerviosa como si empezara la primaria, miraba para todos lados y especialmente a la gente, como hago habitualmente. Viendo otros ojos, otros modos, otras expresiones… A los dos minutos mi hermana me dice: «Betina, dejá de mirar a la gente a los ojos, no estás en Buenos Aires. Acá, eso no se hace». Definitivamente los franceses leen en el subte porque son muy cultos pero también porque no se animan a mirarte a los ojos…. Cosa de franceses. Acá no pongo ningún enlace porque no sabría qué imagen elegir… ¿Gente tímida escondida tras un libro o latinoamericanos besándonos sin ningún prejuicio?. Queda a criterio del lector.

Cómo olvidar las brocantes o vide-grenier… esos lugares a los que uno va y compra de todo. Especies de mercado de pulgas pero más exclusivas, más privados. No por lo que se vende sino porque a veces se lleva a cabo en casa, en las calles, etc. Ponen un aviso en la parada del bus y listo. Ya hay programa para el sábado. Con mi hermana hemos encontrado algunas joyitas. ¡Bello!

La última anécdota se la dedico especialmente a mi hermana Sandra. Esperando el metro para ir no recuerdo a dónde. Las dos cantando a coro En qué nos parecemos:

Les juro que a nosotras ¡nos salía mejor!. Confieso que existiera o no Internet, estos momentos con mi hermana no tienen precio, ni barreras. Lo haríamos de todas maneras aunque nos llevara una vida, espero que ella piense lo mismo. Esperen que le escribo un mail y le pregunto. Contestó que sí. ¿No fue rápido?

Como habrán visto, gracias a las nuevas tecnologías, en una hora pude resumirlas de manera gráfica y enlazada casi una vida. Pudieron compartir conmigo varios relatos que, de otra manera, me hubiera resultado imposible e infinito.

Esos son los puntos que, para mí, me regala esta nueva etapa tecnológica: velocidad, información en diferentes formatos de lo que se me ocurra, y la posibilidad de compartir.

Los dejo con lo último de lo último: Recorriendo Paris solo a través de recomendaciones dadas por Twitter. Este trabajito no es mío. Pero recuerden que yo todavía no me fui. Prometo un Paris 2.0 actualizado y personal.

PD: seguro que me olvido de algo…. Le voy a preguntar a mi hermana y después ¡les paso el link!